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AVISO DE SAGA FALABELLA POR EL DÍA DE LA MUJER

El Poder de los Consumidores

El secreto de la dominación es lograr que los dominados ignoren su poder.

Publicado: 2017-03-13


La semana pasada se produjeron algunos hechos que pueden marcar una nueva relación de las empresas que operan en el Perú con los consumidores.

En primer lugar, las expresiones machistas, homofóbicas y ofensivas de Philip Butters colmaron la paciencia de miles de ciudadanos que decidieron averiguar cuáles eran las empresas que auspiciaban su programa en Radio Capital y pedirles que lo dejaran de hacer. Una a una, desde Artesco hasta el BBVA, desde Entel hasta la zapatería Passarela, señalaron que no querían estar asociadas a un individuo tan vulgar y ofensivo. Ante el retiro masivo de las marcas, los directivos de Radio Capital tuvieron una reunión con Butters. Él habría lanzado exabruptos de tal calibre que motivaron su retiro definitivo de la radio.

Algunas personas, como Alan García, señalaron que Butters era una víctima de la censura y que se estaba restringiendo la libertad de expresión.

En realidad, la difamación, la homofobia y el discurso de odio no pueden ser parte de la libertad de expresión, por lo que Butters jamás debió contar con Radio Capital como tribuna para sus violentos mensajes. Sin embargo, además debe resaltarse la acción masiva de los los consumidores para enfrentar un problema con los instrumentos que están a su alcance: el boicot y la incidencia en los anunciantes.

No es la primera vez que se actúa de esta manera: hace unos años, Luciano Gorriti me sugirió escribirle a la central en Estados Unidos de Colgate Palmolive, porque se trataba del único auspiciador que le quedaba a La Paisana Jacinta. La sede en Lima no nos había respondido y tradujimos al inglés nuestra carta. Al día siguiente la empresa se disculpó y canceló los anuncios al programa de Benavides, con lo cual éste salió del aire.

Sin embargo, en el caso de Butters no se trata de la intervención de algunos activistas sino de un fenómeno mucho más entendido del llamado consumo crítico, es decir cuando los ciudadanos se preocupan por las consecuencias sociales o ambientales de sus decisiones de consumo.

Por ejemplo, en otros países es muy frecuente que las personas prefieren adquirir aquellos productos que se producen con menos contaminación. Existe también mucho interés por el comercio justo, es decir comprar aquellos productos donde se garantice una participación adecuada para los fabricantes.

Durante muchos años, la poderosa empresa Nike fue sistemáticamente boicoteada por las penosas condiciones de trabajo en que se elaboraban sus productos en el Sudeste Asiático, lo cual motivó a Nike a establecer códigos de conducta que deben seguir todos sus proveedores. Son muchas las fábricas de ropa y artículos deportivos que han elaborado códigos similares.

Por ahora, los consumidores peruanos son muy poco críticos: no se plantea, por ejemplo, si es preferible comprar leche Gloria o Laive, tomando en cuenta cuál es la empresa paga que paga puntualmente a los pequeños ganaderos. Nadie parece muy preocupado por las condiciones de trabajo de los mozos de los restaurantes a los cuales acude. Nadie parece muy interesado en adquirir fresas, frejoles o arroz de aquellas empresas que brindan mejores ganancias a los agricultores.

Cuando los trabajadores de Ripley o Topitop salen a las calles a protestar por los diferentes abusos laborales que padecen no encuentran mucha solidaridad de los demás ciudadanos… y si ésta existe no se traduce en abstenerse de comprar los productos de dichas tiendas.

En todos estos casos, creo que la pasividad de los consumidores peruanos se explica por los sentimientos de fatalismo: “Esto no puede cambiar. La sociedad seguirá siendo injusta. No sirve de nada oponerse a eso”.

En mi caso, no puedo recordar cuántas veces me han dicho algo así. Me lo decían en los años noventa, cuando con varios amigos, nos oponíamos a que la empresa Lucchetti construyera su fábrica en los pantanos de Villa. Eran tiempos sin redes sociales, pero difundíamos el boicot a los productos Lucchetti, hablando con la gente o inclusive repartiendo volantes en los supermercados.

Me decían también que de nada servía oponerse a la publicidad racista de Saga Falabella, Ripley y otras empresas. El miércoles pasado, sin embargo, Saga Falabella publicó un anuncio a página completa por el Día de la Mujer denunciando las numerosas prácticas discriminatorias que sufren. Acompañaba al mensaje la fotografía de una mujer mestiza. El aviso contrastaba totalmente con la publicidad de Falabella en Chile, que anunciaba descuentos en productos femeninos con la imagen de Valeria Mazza.

Evidentemente, la filial peruana de Falabella había sentido la pegada de plantones, marchas, cartas de protesta y hasta una reunión con su Gerente General y su equipo asesor.

En conclusión, si a usted le molestan el racismo, la homofobia, la contaminación ambiental o los abusos laborales tiene en sus manos la posibilidad de incidir en las empresas responsables. Las empresas que parecen más poderosas pueden ser más débiles frente a una opinión pública que se encuentra vigilante.


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Reflexiones Peruanas

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