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Y Ellos Crecían y se Hacían más Fuertes

Sobre el avance de los grupos evangélicos conservadores

Publicado: 2017-03-05

La campaña  de las iglesias evangélicas Con mis Hijos no te Metas de las iglesias evangélicas tiene muchas expresiones.  n buen día, todos los postes aparecen con los famosos carteles celestes y rosados. En los paraderos se suelen apostar varias señoras a entregar publicidad. Varios vecinos han colocado en las ventanas de sus casas grandes banderolas. Otro día, el tráfico en la avenida Javier Prado se interrumpe por una gigantesca manifestación que se dirige hacia el Ministerio de Educación. Casi todos los participantes tienen marcados rasgos andinos y no son pocos los niños que caminaron varios kilómetros junto con sus padres.  

La mayoría de católicos y ateos en el Perú han percibido a los evangélicos con una mezcla de indiferencia y menosprecio, como si fueran seres perturbados.

Existe también cierto desdén por diferencias sociales y raciales. Los evangélicos solían ser de clases bajas y tener rasgos andinos. Ya no es así, pero de hecho, la presencia de las iglesias evangélicas está mucho más arraigada en los sectores populares.

Debo señalar que tengo muchos amigos evangélicos comprometidos con los derechos humanos. He aprendido mucho de su ejemplo y coherencia. Sin embargo, ellos mismos se sienten incómodos porque dentro de las iglesias evangélicas cobran mucho más peso las corrientes conservadoras. Todos son profesionales y quizás también enfrentan barreras sociales para dialogar con otras personas de sus propias iglesias.

A mi modo de ver, quienes promueven marchas como las del 4 de marzo predican un cristianismo descristianizado, sin valores como el amor al prójimo, la solidaridad con el débil y la lucha por una sociedad más justa; un cristianismo donde no hay pronunciamientos, marchas o volantes contra el homicidio, las violaciones o la corrupción. Es más, muchos evangélicos no tienen reparo en apoyar al candidato más corrupto si asegura que se opondrá a la unión civil.

En ese contexto, la Iglesia Católica parece totalmente desplazada. Por un lado, su autoridad moral ha sido minada por los escándalos de pedofilia. No ha ayudado en nada la manera cómo en el Vaticano se ha enfrentado el caso de Luis Fernando Figari. Por otro, el cardenal Cipriani es sumamente impopular entre los propios católicos y aquellos que pueden mostrar más apertura hacia las personas homosexuales y trans, no encuentran referentes oficiales en su iglesia.

Sin embargo, las movilizaciones que se produjeron el sábado reflejan también el aislamiento de los sectores progresistas: su discurso sobre orientación sexual o identidad de género no es comprendido por muchos integrantes de los sectores populares. Es más, pareciera que se trata de un discurso elitista.

¿Cómo enfrentar este movimiento que día a día parece más fuerte? Un error de algunas personas no creyentes pretenden enfrentar a los evangélicos con burlas o críticas hacia la Biblia y la religión cristiana con lo cual terminan cayendo también en intolerancia. Tampoco es suficiente cruzarse de brazos, seguros de que "el reconocimiento de más derechos es un camino inexorable". Se puede avanzar o retroceder.

Paradójicamente, algunos que hace unos meses se enorgullecían de cuánta gente participaba en las marchas contra Fujimori, como un signo de que representaban la voluntad popular, ahora dicen: "No importa que ustedes sean muchos o realicen marchas. Ustedes no tienen razón". En realidad sí importa que sean muchos, porque implica la necesidad de aprender a dialogar, conversar y, también, desmontar los engaños.  Ayer participaron en la marcha varios congresistas con calculado oportunismo.

A fines del siglo pasado, muchos activistas de derechos humanos tuvimos que enfrentar día a día el discurso totalitario de los senderistas. Lo hacíamos en charlas, eventos, conferencias y en la vida cotidiana. Creo que esa es la tarea que debemos asumir.   

Se trata de promover una sociedad donde exista tolerancia frente a las diferencias y la gente aprenda a ser crítica frente a los autoritarismos y fundamentalismos.     Si no se acepta este desafío, la mentalidad más conservadora crecerá y las falsedades que se difunden serán consideradas reales por las grandes mayorías.   


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