La Protesta del Quinde
Ronderas cajamarquinas rompen con el tabú y salen a la calle a protestar contra el racismo
La semana pasada ocurrió un hecho inédito en la lucha contra el racismo en el Perú: un grupo de ronderas realizó una marcha por las calles de Cajamarca para luego hacer un plantón ante un centro comercial, para protestar contra La Paisana Jacinta.
El centro comercial El Quinde es el lugar de Cajamarca que intenta ser lo menos cajamarquino posible, donde no se venden polleras ni sombreros y son muy pocas las personas que los llevan. Como ocurre con los Open Plaza o los Real Plaza, ninguna foto del centro comercial o de sus tiendas tiene algún rostro andino… hasta que este mes, se anunció que allí Jorge Benavides presentaría La Paisana Jacinta. Y algunas familias cajamarquinas, a las que seguramente les parecen divertidas las bromas racistas y les parece normal que sus hijos las escuchen, pagaron hasta 80 soles por cada entrada.
Ha habido varias protestas contra La Paisana Jacinta, pero en este caso, las señoras que gritaban y agitaban pancartas, se estaban reconociendo ellas mismas como discriminadas, no solamente por Benavides, sino también por muchos otros, pues en Cajamarca, como en todas las ciudades peruanas, existe la percepción de que la gente de las zonas rurales es inferior.
Hasta el momento, aunque en las acciones públicas antirracistas, como los plantones ante las discotecas o el operativo Empleada Audaz Latina, participaban muchas personas de buena voluntad, no eran una mayoría los directamente discriminados.
Por eso las protestas de la semana pasada tienen tanto valor, porque demuestran la capacidad de las ronderas de reconocerse como afectadas por el racismo y salir a las calles a rechazarlo. No se trata entonces simplemente de afirmar la igualdad o la diversidad, sino de denunciar públicamente a quienes las discriminan, en este caso el centro comercial El Quinde y Jorge Benavides.
Una protesta, que resulta inédita en el Perú, es el elemento fundamental de cualquier lucha contra la discriminación, desde las marchas gays hasta las protestas contra el racismo de los negros en los Estados Unidos. Si no existe una protesta pública, puede pensarse que un problema no existe y, de hecho, muchos peruanos prefieren creer eso para no confrontarse con el racismo que cotidianamente ejercen y/o padecen.
De esta forma, las ronderas cajamarquinas han roto uno de los tabúes más fuertes sobre el racismo: la negación del problema o la afirmación de que, si existe, “no me afecta”. Los agravios racistas por supuesto que afectan a las víctimas. Generan mucho dolor porque, a diferencia de un insulto personal, buscan humillar a la persona por algo que no puede cambiar. El insulto racista se usa porque precisamente tiene un efecto paralizante sobre la víctima.
Con sus nefastos personajes Negro Mama y la Paisana Jacinta, Jorge Benavides ha logrado legitimar como “chistosa” la burla racista y hacer que la población perciba como válida la jerarquización étnica que refleja. Lo más terrible es que se ha presentado como un programa “para niños”.
Quienes insisten en que el racismo “no les afecta” terminan desviando la atención de la conducta del agresor y trasladando la responsabilidad del problema a la víctima, quien parece ser una persona hipersensible. Muchas veces, terminan siendo defensores del agresor, como si éste tuviera “derecho a ser racista”. Algunas veces, la estrategia para que a uno no le afecte el racismo es convertirse en discriminador, como sucede en los colegios, donde los niños de rasgos andinos participan en el bullying racista contra quien parece “el más andino de todos”.
De hecho, en el caso de Cajamarca, son varios los universitarios que han insultado a las ronderas y defendido a Jorge Benavides, como ocurrió hace poco también con quienes defendían la expresión racista de Kina Malpartida.
Ahora bien, reconocer que el racismo afecta a una persona no es suficiente. Muchas personas prefieren no enfrentarlo. Por ejemplo, evitan aquellos lugares donde creen que podrían ser discriminados, bajo el argumento “yo sé dónde me muevo” y así simplemente logran que el racismo persista.
Las ronderas cajamarquinas nos muestran que lo importante es reaccionar públicamente frente a la agresión. Resulta imposible pretender que un problema tan extendido como el racismo se solucione si no existe una movilización social.
De otro lado, también es importante la decisión individual. Las leyes que sancionan la discriminación están vigentes desde hace 16 años, pero los ciudadanos no las utilizan por vergüenza o por negación. Cuando esto cambia, puede haber resultados importantes. En noviembre pasado, por ejemplo, vimos que la decisión de Azucena Algendones de denunciar el racismo que sufrió, logró una condena penal para sus agresores. La tablista Anali Gómez públicamente declaró que como no era rubia no recibía auspiciadores y a los pocos días el Banco Continental se ofreció a brindarle apoyo.
En todos estos casos, decir que “no me afecta” no habría solucionado nada. A ver si aprendemos.