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el féretro de erick castro velásquez es llevado a san marcos.  foto: carlo magno salcedo

La violencia de París no es tan lejana

Más allá de la aflicción es importante analizar las causas que llevan a jóvenes europeos y peruanos a creer que matar es una alternativa válida

Publicado: 2015-11-16


Para la mayoría de peruanos que conozco, la aflicción por los brutales atentados de París ha sido un sentimiento muy sincero que no estaba ligado a los medios de comunicación: en el Perú, hasta el día siguiente a la tragedia, los titulares se concentraban más en el partido con Paraguay y en las agendas de Nadine Heredia. Más bien esas personas buscaban angustiadas información en internet o donde fuera posible. Por eso me parece muy injusto afirmar que su consternación fuera una pose o una moda. Tampoco creo que se deba a que las víctimas son europeas. Las mismas personas han condenado otros crímenes, como los cometidos por Israel en Palestina.

Ahora bien, es verdad que lamentablemente nos hemos habituado a asociar algunos lugares del mundo con violencia y conflictos armados, al punto que los acontecimientos ni siquiera causan asombro. Así sucede con los conflictos étnicos que ocurren en África, como los que han generado la semana pasada miles de refugiados en Burundi.

Es verdad también que los seres humanos podemos tener mayor sensibilidad cuando percibimos que una tragedia es más cercana y la podemos relacionar a nosotros mismos.

El lunes pasado, uno de mis alumnos me pidió permiso para salir temprano, porque quería ir al velorio de un compañero de la Universidad. El joven, llamado Erick Castro Velásquez había sido asesinado en Los Olivos durante un asalto.

El suceso me conmovió muchísimo, mucho más que todas las noticias similares respecto a personas desconocidas. De inmediato pensé en mis propios alumnos, los de este ciclo y los de los años anteriores.

Erick estudiaba Ingeniería en la PUCP y Ciencias Políticas en San Marcos. A las dos universidades regresó el miércoles: al conocer la noticia, el rector Marcial Rubio dispuso que se le realizara una misa de cuerpo presente en la PUCP y luego el féretro fue trasladado a San Marcos, donde también las autoridades y sus compañeros le rindieron homenaje. Me es difícil contener las lágrimas cada vez que pienso en esta desgracia.

La posibilidad de sentir empatía, por ejemplo, es lo que conmovió a millones de personas ante la muerte de Aylan Kurdi, el niño sirio ahogado en una playa de Turquía.

Sin embargo, a veces pareciera que precisamente es difícil sentir empatía por situaciones dolorosas que pueden estar muy cerca de nosotros. Es lo que sucede frente a las desapariciones, las esterilizaciones forzadas y otros hechos similares ocurridos en los años ochenta y noventa.

Ahora bien, yo creo que no deberíamos percibir los hechos de violencia ocurridos en París, Beirut o Burundi, como si fueran realmente muy lejanos del Perú. En los ochenta muchos peruanos cometieron crímenes atroces durante el conflicto armado. La motivación era diferente, porque no estaba basada en la religión, pero el resultado era el mismo: la vida humana pasaba a segundo plano. En la actualidad, en nuestro país, día a día se cometen crímenes impulsados básicamente por móviles económicos.

"Uno se pregunta, ¿cómo es posible que jóvenes formados en nuestras escuelas puedan conocer tal angustia que la violencia del califato islámico les parezca un ideal movilizador?", decía ayer en Notre Dame el cardenal francés Vingt Trois.

Creo que eso nos debe hacer reflexionar a partir de nuestra propia realidad. ¿Qué es lo que lleva a algunos jóvenes, a veces de trece o quince años para volverse sicarios? ¿Por qué en determinadas zonas del país, la criminalidad termina siendo una opción para cientos de personas?

En Francia, muchas personas creen que la islamofobia y el racismo son los caldos de cultivo para el terrorismo islámico. No olvidemos que en ese país inclusive se ha prohibido a las escolares acudir al colegio con el cabello cubierto, porque esto implicaría anunciar su religión. En el caso peruano, también existe racismo y fuerte clasismo, que llevan a muchas personas a sentirse humilladas y discriminadas. Sin embargo, hay un factor adicional que causa frustración y es el consumismo desbordante, que se impone en base a marcas y muchas formas de ostentación. De hecho, la cultura hedonista en un país tan desigual es una bomba de tiempo que termina generando el caldo de cultivo para la violencia, como ha sucedido en Brasil, Venezuela o Guatemala.

No siempre la desigualdad está asociada a la delincuencia: en algunas sociedades como la India, muchas personas pobres suelen aceptar su destino con resignación. En el Perú no.

En algún momento, un joven europeo musulmán cree que el Estado Islámico es la solución para sus problemas y está dispuesto a sumarse a sus filas. En el Perú, la opción por la criminalidad tiene un móvil más materialista y por ello mismo, supuestamente debería ser más fácil de evitar y prevenir. ¿Qué estamos haciendo para ello?


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Reflexiones Peruanas

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