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nombres de víctimas de la violencia en el ojo que llora

La Memoria Selectiva

Publicado: 2015-10-06


La liberación de Peter Cárdenas generó en los peruanos actitudes muy diferentes: para muchos, yo diría que la mayoría, una gran indiferencia. No saben quién es, no saben qué hizo o quizás lo saben, pero tienen demasiados problemas en su vida cotidiana, como para preocuparse por uno más y piensan que angustiarse por lo que no pueden cambiar es un ejercicio inútil de masoquismo.

Hay otros que sí están preocupados tanto por dicha liberación, como por la mencionada indiferencia. Quizás olvidan que, una vez que una persona ha cumplido su pena, la única alternativa legal es liberarla. Creo que en el caso del MRTA, al que pertenecía Cárdenas, ya no existen mayores posibilidades de que se retomen los hechos de violencia.

Ahora bien, sí me preocupa mucho el desconocimiento existente entre los jóvenes y los no tan jóvenes sobre lo que el Perú vivió entre 1980 y 1992. Considero que en buena medida, somos responsables todos los que vivimos esos años, por nuestro silencio respecto a esa época.

En buena medida, ese silencio es comprensible. Fueron tiempos tan difíciles y dolorosos que es lógico que no queramos recordarlos. Hasta septiembre de 1992, la sensación que tenía la mayoría de peruanos era que el país se iba irreversiblemente al despeñadero y por eso, cuando Abimael Guzmán fue capturado, la opción predominante fue mirar hacia adelante.

Mientras primero Lima y luego el resto del país se poblaban de centros comerciales, cadenas de grifos y farmacias, parecía que la sociedad quería deslumbrarse y asumir una amnesia colectiva y voluntaria. Solamente, de vez en cuando se mencionaba “la época del terrorismo” como si fuera un tiempo muy remoto. Recuerdo que me pareció curiosa esa expresión la primera vez que la escuché en 1995. Me sorprendía también que solo se dijera “terrorismo” como si esa fuera toda la violencia que se había producido.

De hecho, muchos de los que se horrorizan por el desconocimiento de los jóvenes sobre lo ocurrido entre 1980 y 1992 limitan la violencia a los crímenes cometidos por los terroristas y no a lo que hicieron los militares y policías. Es más, al responsable de las mayores atrocidades se le venera como “patriarca de la democracia”, al punto que atreverse a señalar que avaló millares de violaciones, masacres y desapariciones forzadas parece un sacrilegio. Me refiero a Fernando Belaúnde cuyo nombre llevan colegios, carreteras y un auditorio del Congreso. Hasta ha sido levantado un monumento gigantesco en su memoria al lado del Museo de Arte.

En el fondo, muchos de quienes abominan la liberación de Peter Cárdenas asumieron que los crímenes de los militares era “el precio que había que pagar” para derrotar a los senderistas. No les preocupa el destino de los 15,000 desaparecidos. No les inquieta saber si el Alcalde de San Borja fue efectivamente responsable de crímenes en Huancavelica. No se preocupan por saber quiénes practicaron las esterilizaciones forzadas y, claro, también se encogieron de hombros la semana pasada cuando la policía mató en Cotabambas a Exaltación Huamaní, Alberto Cárdenas y Beto Chahuayllo o no les importa si efectivamente el actual Alcalde de Trujillo es responsable de cuarenta homicidios.

Es perfectamente lógico que en una sociedad tan racista y clasista solamente se recuerden algunas muertes y a algunos criminales. En el fondo, es comprensible que guarden silencio ante el período de la violencia porque deberían reconocer que, si bien condenaban algunos crímenes, respaldaban otros.

Un detalle adicional que explica la reticencia a conversar sobre los años de la violencia con las personas más jóvenes es que ellas podrían preguntar: “¿Y por qué surgieron los senderistas?” La versión oficial pareciera sugerir que el Perú era un país feliz hasta que Abimael Guzmán generó un proceso de locura colectiva, convirtiendo en psicópatas a sus seguidores, como sucede en las series de zombis. Lo que se debe reconocer es que su prédica demencial germinó en el terreno fértil de la injusticia, la desigualdad, el clasismo y el racismo… Pero claro, eso nos llevaría a preguntarnos si ese terreno fértil acaso ha desaparecido.  Por supuesto que hay mayor labor por la inclusión social, especialmente en los últimos años, pero seguimos viviendo en una sociedad donde las jerarquías sociales y raciales se imponen violentamente sobre la mayor parte de la población.   Y, aunque no crece en ese terreno el terrorismo como en años anteriores, sí crece la criminalidad. 

El terrorismo de los ochenta o la criminalidad de este siglo no son una casualidad, sino un síntoma de las carencias de una sociedad. Se debe combatir tanto el síntoma como la causa de la enfermedad, pero es muy difícil, cuando quienes pretenden que se hable del síntoma buscan que se olvide la causa.


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Reflexiones Peruanas

Sobre el país en que vivimos y queremos vivir