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Cuando la sociedad premia a los asesinos

La desesperación de la población y la ineficiencia de las autoridades no justifican el recurso a la violencia

Publicado: 2015-09-10


Sala de espera del aeropuerto Jorge Chávez. El vuelo demorará dos horas en salir. Saco Nuevos Juguetes de la Guerra Fría, la novela de Juan Manuel Robles, pero no me puedo concentrar mucho, porque a mi lado hay un muchacho jugando con su tablet.

Me fijo y es un juego donde un personaje mata zombis, que explotan ensangrentados. Le pido que baje el volumen y amablemente accede.

-¿A cuántos has matado ya? –pregunto.

Me enseña la cifra. Son más de quinientos en los pocos minutos desde que se anunció el retraso del vuelo.

El chico no parece en absoluto violento o antisocial, sino alguien que se limita a matar el aburrimiento. De hecho, es lo único que mata, porque los zombis ya están muertos.

Me acordé de él hace unos días, al enterarme que muchos peruanos respaldan que “los delincuentes” sean asesinados o golpeados hasta dejarlos paralíticos.

Para mí, resulta sumamente perturbadora cualquier justificación para el asesinato o la tortura, pero una de las peores es la justificación moral, es decir castigar al otro, hacerlo sufrir, maltratarlo o vejarlo porque “se lo merece”.

En una terrible inversión de valores, el perpetrador busca creer que no hace el mal sino el bien. Para ello, lo importante es la descalificación de la víctima, que ya no es un ser humano, sino una “amenaza”, un “antisocial”, un ser peligroso con apariencia humana, que debe ser eliminado, como ocurre con los zombis de los videojuegos.

En nuestro país, la deshumanización de la víctima ha sido un fenómeno recurrente para justificar crímenes. En los años ochenta actuaban así los senderistas, considerando que muchas personas merecían morir. Cuando mataban rateros o violadores, hubo muchos en Ayacucho que pensaron que “era la única manera de poner orden”. Cuando pasaron a matar a policías, autoridades y a los propios campesinos ya era tarde: los senderistas se habían convertido en una sádica máquina de matar.

Poco después, llegaron los militares y policías a hacer lo mismo con quienes pensaban que eran o podían ser senderistas. La deshumanización de las víctimas llevó a que se cometieran crímenes monstruosos, como los de Putis, Soccos o Accomarca. En los últimos días, se han abierto las fosas de Estacayuq, donde aparece el cadáver de una niña de ocho años asesinada por los sinchis. Ellos se habían convertido en otra máquina de matar.

En los años noventa, fue el turno del MRTA, que se empezó a disputar con Sendero Luminoso el control de determinados lugares de la selva y, para obtener respaldo popular mataban homosexuales, adúlteros y delincuentes comunes. En todos estos casos, la deshumanización alcanzó a los victimarios, que perdían aquellos rasgos asociados a la “humanidad”, como la compasión y la solidaridad.

Actualmente, en los medios de comunicación y las redes sociales, se ensalza a quienes matan o linchan supuestos delincuentes, sin percibir que un homicidio es mucho más grave que un robo. Resulta penoso comprobar que, a diferencia de los Estados Unidos, donde la pena de muerte se aplica a asesinos, en el Perú muchos la consideran válida prácticamente para cualquier otro delito, como el robo. Y siempre se repite lo mismo: “Es la única forma en que esa gente entienda”.    

Y, como ocurre con la pena de muerte “formal”, las víctimas de los linchamientos suelen ser personas inocentes. Esto ocurrió con el alcalde de Ilave, Fernando Robles, o con Jack Briceño, el hijo de un fiscal de Juliaca, que murió quemado vivo por los iracundos habitantes de dicha ciudad.

En realidad, la expansión del sicariato en nuestro país es una forma en que algunos peruanos buscan a alguien que les aplique la “pena de muerte privada”. A varios amigos míos les ha ocurrido que llevaron a arreglar su automóvil a un taller y, mientras esperaban, un individuo se les acercó y les dijo: “Si tienes algún problema, nosotros nos encargamos del que te hace daño. Lo que tú quieras: Brazo, pierna o vida”.

Los peruanos todavía no somos una sociedad que haya asimilado valores fundamentales como el respeto por la vida humana. Luchar por ello debe ser prioritario, desde las redes sociales donde se llama a violar y matar a cualquier persona acusada de maltratar animales, hasta las personas que claman por los derechos de los no nacidos, pero defienden la pena de muerte.

Por el momento, uno se queda pensando que el Perú, la Ley del Talión puede ser progresista. 


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Reflexiones Peruanas

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