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La avenida abancay en los años 80 (foto: archivo de caretas)

El Desborde Encauzado

Publicado: 2015-08-12


La muerte de José Matos Mar deja un vacío muy profundo en las ciencias sociales peruanas, por la lucidez con que el prestigioso antropólogo analizaba nuestra realidad. Su obra más conocida, El Desborde Popular y Crisis del Estado mostraba al Perú de los agitados años setenta y ochenta, tiempos en que se habían producido las grandes migraciones a las ciudades, las movilizaciones populares eran un fenómeno omnipresente, y muchísimas personas se identificaban con la izquierda y la necesidad de un “cambio social”, pero además, Sendero Luminoso se iba expandiendo visiblemente.

El desborde era también visible en las calles y avenidas del Centro Histórico, entonces literalmente tomadas por vendedores informales. El propio Ministerio de Economía debía pagar un cupo a los ambulantes, para lograr que estuviera libre el ingreso a su local en la avenida Abancay. Parecía que el desbordado orden tradicional estaba destinado a sucumbir en un proceso irreversible.

Décadas después, hay algunos ambulantes en la avenida Abancay, pero los lugares adónde más se movilizan los hijos de los migrantes son los centros comerciales que abren sus puertas por doquier. En realidad, se ha diluido muchísimo el espíritu contestatario que comentaba Matos Mar.

El mayor éxito del régimen fujimorista y sus sucesores ha sido convencer a los ciudadanos que muchos problemas colectivos, como la salud, la educación o el transporte, son problemas individuales, que se resuelven teniendo más dinero, más conexiones o más suerte. En un contexto tan individualista parecen muy alejadas las protestas de los escolares chilenos por la calidad de enseñanza. Un último ejemplo ha sido la reacción frente a la desaparición de casi cuarenta líneas de transporte: los afectados, lejos de organizarse o protestar, buscaron salidas individuales como tomar taxis o colectivos que terminaron empeorando el problema.

En el fondo, es como si muchos peruanos pensaran: “Mientras ese problema no me afecte a mí, no existe”… y cuando les afecta a ellos, naturalmente, el resto se mantiene igual de indiferente.

Durante estos años, una importante parte de la población peruana ha mejorado sustancialmente su situación. Para quienes dejaron un país en medio de crisis y austeridad, puede ser abrumador regresar y ver el extendido consumismo. Sin embargo, el disfrutar de mayores comunidades no debería necesariamente implicar que disminuya la solidaridad con quienes continúan viviendo en una situación precaria, y, sin embargo, es lo que sucede en nuestro país.

Salvo las chocolatadas navideñas, difícilmente los peruanos sienten mucha empatía hacia sus compatriotas que viven situaciones adversas. Por ejemplo, a la gran mayoría no les preocupa en lo más mínimo cómo se elaboran pos productos que consumen. ¿Pagan los supermercados un precio justo a sus proveedores de frutas o verduras? ¿Paga mejor a los productores lácteos Laive, Gloria o Nestlé? A la mayoría de compradores jamás piensan en ello o, en todo caso, no lo toma en cuenta al decidir su compra. En el Perú es inexistente un movimiento por el comercio justo que asegure que los productores reciban un pago adecuado. En nuestra indiferente sociedad, muchas personas ni siquiera desean enterarse de cuánto se paga a los vigilantes o al personal de limpieza de las instituciones donde laboran.

    

policías desalojan una invasión.  archivo de caretas

En realidad, aunque en esta época es más común hablar de tantos “motivos-para-sentirnos-orgullosos-de-ser-peruanos”, en la práctica somos un país con muchos problemas de identidad. Más allá de la familia o los amigos más cercanos, los peruanos tendemos a percibir al compatriota como un ser amenazante. Por ello es tan difícil que los peruanos nos comuniquemos con un desconocido en un ascensor o el transporte público. Es curioso, porque es como si los sentimientos (desdén, indiferencia, temor, desconfianza) que tenían los antiguos limeños cuando llegaron los migrantes se hubieran convertido en parte de un sentido común nacional. Inclusive los propios migrantes han asumido los prejuicios raciales para emplearlos hacia quienes parecen “más cholos”.

Entretanto, muchas aparentes manifestaciones de desborde popular han sido eficientemente encauzadas para que no lleguen a molestar al statu quo. El surgimiento de religiones evangélicas, por ejemplo, al que aludía Matos Mar, no promueve mayores cambios sociales, porque éstas suelen ser conservadoras e individualistas. Si, por otro lado, los medios de comunicación rompen con la moralidad tradicional, con programas como Magaly, Esto es Guerra o Combate, esta trasgresión también resulta funcional como una permanente cortina de humo.

Sin embargo, aún pasados los tiempos de desborde, curiosamente la sociedad “encauzada” sigue siendo una sociedad atemorizada y descontenta. Deberíamos promover convertirnos en una sociedad más solidaria y justa, pero eso parece no generar mucho entusiasmo, porque implicaría luchar contra nuestro individualismo. ¿Seremos capaces de hacerlo?


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Reflexiones Peruanas

Sobre el país en que vivimos y queremos vivir