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¿Qué hacer después del fracaso de la reforma del transporte?

Millones de ciudadanos aún padecen por el erróneo análisis de la gestión anterior

Publicado: 2015-03-02

Martes por la noche. En medio de la congestión de tránsito entre el Jockey Plaza y la Universidad de Lima hay cuatro ómnibus azules. Vacíos. En realidad no, pues, entre los cuatro habrá veinte pasajeros.     

Los ómnibus del Corredor Azul de la Javier Prado-La Marina circulan casi vacíos no solamente porque cuestan un poco más, sino porque son el mejor ejemplo de mala planificación estatal: los paraderos fueron establecidos cada quince cuadras y no hay existen en lugares de alta concentración de público como el Hospital Militar. Lo más grave es que los ómnibus azules no van hacia Universitaria, Faucett o el Callao que son las rutas de la mayoría de pasajeros, sino que su paradero final es en San Miguel.

Hasta el año pasado, los usuarios y las autoridades coincidían en que era urgente una reforma del transporte urbano y se planteaba dos prioridades: la primera, reemplazar las combis y coasters, vehículos incómodos y peligrosos, por ómnibus grandes, de preferencia con acceso para personas con discapacidad o adultos mayores.

La segunda prioridad era eliminar el sistema por el que operan muchas líneas, donde los ingresos del chofer y el cobrador dependen de cuántos pasajeros suben. Debido a ello se producen carreras, competencias e incontables accidentes.

Sin embargo, desde el 1° de septiembre, la Municipalidad de Lima buscó enfrentar un tercer problema que sólo se encontraba en la mente de algunos funcionarios municipales: eliminar las rutas según ellos equivocadas. Para los desinformados funcionarios, no existían ciudadanos en Villa El Salvador que quisieran ir al centro de Lima ni los vecinos de Lince querían ir a Jesús María. Los habitantes de San Juan de Lurigancho supuestamente no tienen motivos para ir a Magdalena o Miraflores.

Aquel día, abruptamente fueron eliminadas o modificadas 39 líneas de transporte que servían a millones de personas para trasladarse a sus centros de trabajo o de estudio, sin ofrecer nada a cambio. Algunas de esas líneas, como la 36, no tenían ninguna coincidencia con la ruta del Corredor Azul.

Para colmo, el sistema de “corredores viales” que se implementó cubre apenas el 40% de las rutas anteriores, generando que los ciudadanos tengan que realizar conexiones inciertas, muchas veces a altas horas de la noche. Es impresionante que aún los tranvías de los años veinte tenían rutas más extensas.    De hecho, en aquellos tiempos, existía una ruta desde La Punta hasta el centro de Lima y ahora el Corredor Azul funciona como si el Callao no existiera (ni Los Olivos o San Juan de Lurigancho).

Los más afectados, naturalmente, han sido quienes viven más lejos. Además, muchas personas ahora deben emplear taxi todos los días para movilizarse, generándose nuevas congestiones de tráfico. Desde setiembre, el tren eléctrico y el Metropolitano están repletos de personas desesperadas.

En las semanas siguientes, se evidenció la disociación entre los funcionarios municipales y la población  al punto que aquellos ni siquiera entendieron el malestar que generaba la eliminación de las rutas. Insistían en que el descontento se producía porque la gente no sabía adaptarse a “nuevas reglas” como esperar en los paraderos, subir por la puerta de adelante, y pagarle al chofer.      Ignoraban que son muchas las líneas con ese sistema (entre ellas varias de las eliminadas) y que los paraderos fueron reinstaurados desde hace más de diez años.

Como usuario frecuente del Corredor Azul, podía constatar el malestar de los usuarios: “Esta mujer no roba, pero nos hace gastar mucho más”, decía un señor del Rímac. “Siquiera robara y no hiciera tanto daño” comentaba otro desesperado tras una hora de espera.  De esta manera, muchas personas que jamás habrían pensado votar por Castañeda lo hicieron explícitamente para que éste detuviera la “reforma”. Paradójicamente, estoy convencido que el apresuramiento con que se implementó tenía fines electorales, pero fue un obsequio para Castañeda.  Fue una pena que los logros de Susana Villarán, principalmente en la recuperación de determinados lugares del Centro Histórico quedaran opacados por el deterioro de la calidad de vida de los ciudadanos.

¿Qué tendría que hacer la gestión de Castañeda? Pues centrarse en la eliminación de combis y coasters y promover que los choferes-cobradores reciban un sueldo, sin que éste dependa de cuánta gente sube. En cuanto a las rutas, pues deberían respetar las necesidades de la población. Por eso las líneas de ómnibus (no coasters o combis) deben ser restablecidas y la línea del Corredor Azul de Arequipa-Tacna debería extender su recorrido Wilson hacia San Juan de Lurigancho y el Cono Norte y por el sur hasta Villa El Salvador. La línea de Javier Prado debería llegar hasta La Punta y Ventanilla.

Pensar que hasta 1991, había líneas de Enatru que llegaban a Ventanilla, Villa El Salvador, Carabayllo y San Juan de Lurigancho.    Otra línea comunicaba La Punta con La Molina.   El transporte urbano en nuestra ciudad ha sufrido una constante involución en los últimos 30 años. Es tiempo de detenerla.


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Reflexiones Peruanas

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