#ElPerúQueQueremos

480 Años de una Ciudad No Querida

La falta de afecto de muchos limeños hacia su ciudad refleja en realidad su falta de afecto hacia el Perú.

Publicado: 2015-01-19


El día de ayer celebramos un aniversario más de Lima… aunque realmente decir “celebramos” es un eufemismo. Para la mayoría de limeños fue como cualquier otro domingo de sol, sin brindis, jaranas o comidas especiales. Aunque la víspera mucha gente acudió a la serenata en la Plaza de Armas, no existe nada parecido a la euforia de quiteños o arequipeños durante los intensos festejos por el aniversario de sus ciudades.

Esa indiferencia se traduce también en el desconocimiento y la indiferencia de los limeños hacia su propio patrimonio. Huacas, casonas, plazuelas, iglesias visitadas y admiradas por turistas extranjeros parecieran ser invisibles para los lugareños. Al principio me sorprendía cuando por primera vez llevaba a un limeño a conocer por primera vez el Olivar de San Isidro, el jirón Trujillo o la Plaza Italia.   El año pasado conocí gente que jamás había pisado la Plaza de Armas o la calle Capón.  

En mi opinión, esa indiferencia refleja un problema de identificación con la ciudad, que a su vez se vincula a la dificultad de muchos limeños para relacionarse entre sí. Durante el siglo XX, aprovechando la aparición del automóvil las élites de muchas ciudades latinoamericanas se instalaron en nuevos barrios en las afueras. Sin embargo, en Lima al clasismo se unía el racismo: el gran impulso para la migración de las élites fue la llegada de la migración andina.

Cuando los descendientes de criollos y europeos dejaron masivamente el Centro Histórico rompieron con todos los lugares donde habían vivido y crecido, casonas, plazuelas, colegios. Apenas quedó el vínculo con algunos referentes religiosos como Las Nazarenas o el pozo de Santa Rosa o con las corridas de la Plaza de Acho. Y sobre ese Centro abandonado por sus habitantes tradicionales y recién poblado por los inmigrantes, las autoridades parecían empeñadas en arrasar la memoria colectiva, mediante las demoliciones sistemáticas que originaron las avenidas Tacna, Abancay, Emancipación y una parte del Jirón Camaná. Basta ver edificios como el Centro Cívico, el complejo de la DININCRI en la avenida España o el SAT en la Plazuela San Agustín para darse cuenta que primaba el deseo de construir algo totalmente nuevo, sin ninguna relación con lo “antiguo”. En aquellos tiempos destructores, inclusive había arquitectos que planeaban demoler todo el centro de Lima para hacer una especie de Brasilia, llena de cemento y arquitectura brutalista.

Mientras esto sucedía en el Centro Histórico, el nuevo patrón urbano que se estableció en Lima fue a través de barrios segregados por razones étnicas y económicas, similar al que existe en otras ciudades con importante presencia indígena como La Paz o Ciudad de Guatemala. Algunos limeños viven así porque no tuvieron otra posibilidad, pero muchos optaron por separarse de otros mediante la distancia y especialmente rejas, muros y vigilantes. De hecho, así son los nuevos condominios que se construyen en las últimas décadas. Como queriendo hacer el acceso más difícil, algunos barrios ni siquiera tienen veredas. Los niños pueden salir a jugar, pero no en el parque, sino dentro del condominio. Y este patrón urbano de ghettos es el que se traslada a numerosas playas.

Para satisfacer las necesidades de un “espacio público” aparece ahora como solícito reemplazo de las calles, parques y plazas el centro comercial, que tiene las características mencionadas (rejas, muros y vigilantes). Es en realidad un pseudoespacio público, al que solamente va quien asume que va a consumir y siente que tiene que vestirse de una manera adecuada.

Es verdad que en Lince, Jesús María o Magdalena subsisten verdaderos espacios públicos, pero también lo es que muchos limeños los evitan porque prefieren evitar el encuentro con el desconocido. De esta manera se infringe el principio fundamental de una ciudad: ser un espacio donde se aprende a convivir con personas diferentes. En Lima, además, el sistema de distritos, cada uno con su propio alcalde consolida y profundiza las diferencias.

Para que exista en Lima una movilización ciudadana por la recuperación del patrimonio, por un transporte digno o por cualquier otro problema urbano, debe existir primero un sentido de identidad ciudadana, con criterios de empatía entre los habitantes de la ciudad más allá de las diferencias económicas, étnicas o culturales. Eso todavía no lo tenemos y resulta fundamental promoverlo para mejorar nuestra convivencia cotidiana. Así será más fácil que querramos a nuestra ciudad y que celebremos su aniversario.


Escrito por


Publicado en

Reflexiones Peruanas

Sobre el país en que vivimos y queremos vivir