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Cholear y chotear

Publicado: 2014-03-10

Hace algunas semanas, a propósito de los incidentes racistas ocurridos en el estadio de Huancayo, el señor César Ménez comentó en el portal de Diario 16: “En el Perú cholear es una forma de blanquearse”.

Esta breve frase sintetiza por qué el maltrato racista está tan extendido en nuestro país y por qué es practicado también por quienes sufren racismo, cuando logran encontrar otras personas que les parecen más “discriminables”.

En el Perú actual, en todos los sectores sociales persiste la concepción colonial que colocaba a los blancos como seres superiores. Después de la Independencia, la llegada de los inmigrantes europeos (italianos, alemanes, ingleses) era recibida con beneplácito por las élites criollas, quienes así podían casar a sus hijas y asegurar una descendencia de rasgos más europeos. Todavía en esta época, cuando un cooperante europeo se casa con una peruana, la familia expresa gran entusiasmo si al nacer un bebé puede decir frases como: “¡Qué blanquito! ¡Mira, sus ojos son azules! ¡Es rubia, qué linda!”

Para muchos peruanos de rasgos andinos, mestizos o negros una importante meta es “blanquearse”, es decir, obtener el respeto tradicionalmente reservado a los blancos. Normalmente, esto se logra cuando se tiene más dinero o más poder, pero estas características siempre deben ser visibles. En el caso del dinero, son importantes los signos exteriores de riqueza, como “ropa de marca” o vehículos costosos, aunque esto implique ponerse en la mira de los delincuentes. En el caso del poder se trata de afirmar la posición jerárquica. Por ello en la sociedad peruana, establecer un trato igualitario u horizontal puede ser incómodo y el establecimiento de relaciones verticales parece otorgar más seguridad a todos los involucrados, incluyendo a quien es considerado inferior. La forma más frecuente de ver esto es cuando una persona tutea a otra, pero espera ser tratada de usted.

Lamentablemente, una de las peores formas en que algunos peruanos establecen sus relaciones jerárquicas es tratando mal a otros, como para que no quede duda de quién tiene el poder. Así obtienen el anhelado “respeto”, que en realidad es sumisión.

He visto con frecuencia el uso intencional de la prepotencia, relacionado al aspecto racial, aún en ambientes progresistas. “Los más blancos usan su color para imponerse, porque saben que los demás no les pueden replicar de la misma forma”, comentaba una amiga mía sobre varias reuniones de ONGs.

Igualmente, mestizos, andinos o negros pueden usar el maltrato racista contra quien perciben como “menos blanco” o “más cholo” o “más negro”. En el colegio, el centro laboral o la calle, comportarse de manera altiva o prepotente puede ser un mecanismo para evitar ser la víctima del racismo.

Ahora bien, el racismo peruano no implica recurrir siempre a insultos o palabras ofensivas, sino a actitudes de rechazo tajante, que normalmente conocemos como chotear, que va desde miradas despectivas hasta la simple invisibilización de la otra persona. Un mecanismo muy extendido para ser racista es encubrir el insulto dentro de una broma. Así, se logra humillar a la víctima públicamente, pero ésta se encuentra impedida de reaccionar, porque sería acusada de no tener sentido del humor y de “arruinar un buen momento”. La aceptación del humor racista ha permitido a Jorge Benavides tener tanto éxito con sus personajes El Negro Mama y La Paisana Jacinta.

Otra forma encubierta en que se expresa el racismo son los diminutivos. Aunque no tengan una carga étnica, como hijito (usado más por las mujeres) o patita o causita (usado más por los hombres), sí se emplean hacia un desconocido al que por sus rasgos se le considera inferior.

En el caso de expresiones como cholito, negrito o zambito, sí aluden a los rasgos físicos y se suelen emplear más entre familiares o amigos cercanos. Horacio Ulloa nos advierte que, aunque pueden ser usados de manera afectiva, cuando se emplean en discusiones “remarcar el color oscuro de alguien (aunque éste no sea necesariamente oscuro) es una forma de quitarle poder, negándole el poder simbólico que lo blanco representa en las subjetividades del "oscurecido" y del "oscurecedor".

Por todo ello, frente a un fenómeno tan extendido como el maltrato racista resulta contraproducente cuando los medios de comunicación pretenden focalizarlo en uno o dos individuos, como si fueran los únicos racistas en el Perú. Lo más absurdo es que, cuando en las redes sociales se lanzan verdaderos linchamientos mediáticos hacia una persona acusada de racista, también se emplean expresiones racistas.

No olvidemos, finalmente, que en nuestro país es difícil separar a víctimas de agresores: los colegiales de Abancay que humillan a uno de sus compañeros porque su mamá usa polleras serían discriminados en Lima, pero sienten que humillándolo se están protegiendo para evitar ser discriminados. Este círculo vicioso de cholear y chotear no tiene por qué ser eterno, pero durará hasta que el Estado decida enfrentarlo.


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Reflexiones Peruanas

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