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RP 328: Crecimiento con desigualdad

Publicado: 2010-11-02

Amables lectoras y lectores de las RP, ¿quién creen que, a mediados de octubre, dijo lo siguiente:

“Cuando fue elegido, el presidente Alan García dijo que el desarrollo del sur del país sería su prioridad /  Cinco años después vemos que sigue exactamente igual/ No podemos perder cinco años más”.

No fue el nuevo Presidente Regional del Cusco, Jorge Acurio Tito, acusado por algunos grupos empresariales de ser hostil a la inversión privada.  Tampoco fue alguno de los dirigentes estudiantiles que encabezaron las protestas en Puno contra la construcción de la hidroeléctrica de Inambari, ni algún promotor de las protestas de La Convención, donde se produce el gas de Camisea, pero el balón de gas cuesta el doble que en Lima.  

Tampoco lo dijeron los campesinos de Espinar que han protestado contra el proyecto Majes-Sihuas, ni Ollanta Humala, o algún líder humalista o antaurista interesado en capitalizar la frustración que agobia a millones de peruanos pobres. 

La cita proviene nada menos que de Luis Alfonso Carrera Sarmiento, Gerente de Área de Banca Corporativa del Banco de Crédito del Perú, constatando con preocupación los abismales contrastes existentes en el país (El Comercio, viernes 15 de octubre del 2010, p. B4).

Parece un comentario extraño, si se toma en cuenta que en el sur del país hay signos de prosperidad: en Arequipa se va a inaugurar el primer Fridays ubicado fuera de Lima y ya atiende también la exclusiva tienda de ropa femenina Michelle Belau.  Sin embargo, los arequipeños que pueden disfrutar de estos locales son una exigua minoría. 

A fines del 2005, preparé un artículo que mostraba cómo la pobreza y la exclusión podían llevar a los peruanos del sur a respaldar propuestas radicales: http://www.lainsignia.org/2005/diciembre/ibe_064.htm .  Cinco años después, la postergación de esta región y, en realidad, de toda la sierra y de la selva, sigue siendo una penosa realidad. 

En Lima, algunos líderes empresariales han expresado su preocupación por la alta votación que en Cusco, Junín y Cajamarca han tenido candidatos “contrarios a la inversión privada”.  Lo que sucede es que la mayoría de habitantes de estas regiones se encuentran excluidos de los beneficios que dicha inversión genera.  Como señaló hace unos días Michel Camdessus en Lima, un crecimiento económico en el que se expande sobre la desigualdad no resulta viable. 

Lamentablemente, en los últimos años, la inversión del Estado ha hecho muy poco para reducir esta desigualdad.  Es más, se toman medidas que parecieran destinadas a incrementarla.  Un ejemplo es lo que ha ocurrido con la educación estatal, donde las grandes inversiones han sido el Colegio Mayor de Huampaní y la remodelación de los “colegios emblemáticos” (los más visibles), en lugar de abordar todo el problema en su conjunto, en especial la dramática situación de la educación rural.  El hijo menor del Presidente, en cambio, no tiene mayores problemas: estudia en el colegio Markham.

Otra muestra de cómo la propia inversión estatal genera desigualdad lo tenemos en el transporte: la única autopista de ocho carriles del Perú es la que permite a los limeños adinerados trasladarse a las playas de Asia.  No fue construida por una inversión de los veraneantes, sino por el mismo Estado que mantiene carreteras de dos carriles en el resto del país.  Como sabemos, todas las semanas ocurren accidentes porque un conductor invadió el carril contrario de una carretera normalmente en pésimas condiciones.

Si examinamos otros derechos sociales, encontramos situaciones parecidas: el Perú sigue teniendo uno de los sueldos mínimos más bajos de la región, y muchas personas perciben mucho menos que esto.  “Mi sueldo neto es de 460 soles”, me comentaba la semana pasada un trabajador de PISERSA, un service cuyos empleados trabajan limpiando bancos, instituciones públicas y universidades.   El gobierno proclama su preocupación por los derechos de las trabajadoras del hogar o los vigilantes, sin fiscalizar realmente que se cumplan.   Entretanto, los accidentes laborales siguen siendo una situación cotidiana, con resultados fatales. 

Enfrentar la desigualdad debería ser una de las principales metas para la sociedad peruana.  Deberíamos mirar cómo este problema ha generado que varios países de América Latina (Guatemala, El Salvador, Venezuela o Brasil)  caigan en trágicas espirales de violencia.  En el Perú, no estamos ante estos niveles… pero resulta evidente que la fórmula de “crecimiento con desigualdad” ha llevado al norte del país y a Ica a un notable incremento de la criminalidad.

La desigualdad favorece también el populismo y el clientelaje.  En Ayacucho, por ejemplo, los dos candidatos a la Presidencia Regional con mayor votación se enfrascaron en una competencia de obsequios.  El respaldo a Keiko Fujimori, que se aprecia en tantos lugares del Perú, obedece a la misma lógica: “ella se preocupará de nosotros”. 

En el mejor de los casos, Toledo y García creyeron que la desigualdad se solucionaría espontáneamente por el crecimiento económico.  En el peor, aprendieron a convertirse en sus cómplices. 

La frase W:

Si los peruanos no enfrentamos la desigualdad,  terminaremos convertiéndonos todos en sus víctimas, aún aquellos que nos beneficiamos de ella.


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Reflexiones Peruanas

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