#ElPerúQueQueremos

RP 314: ¿Cómo amar a un país injusto y discriminador?

Publicado: 2010-07-26

Como saben muchos amigos míos,  Laritza es mi heladería favorita.  En diciembre del 2004, estaba con unos amigos en el local de Larcomar, celebrando el cumpleaños de uno de ellos y la buena noticia que Indecopi había impuesto una elevada multa a la discoteca Aura por sus prácticas racistas.  Antes de retirarnos, le pedimos a un mozo que nos tomara una foto, cuando súbitamente se lo impidieron a gritos tres empleados de la seguridad de ese centro comercial.

Siguió una fuerte discusión entre nosotros y los prepotentes, uno de los cuales llevaba el irónico membrete de “Jefe de Atención al Cliente”.   Realmente tardamos en darnos cuenta que el motivo de la irrupción era que yo llevaba un polo con la leyenda Basta de Racismo. En voz baja, el mozo, abrumado por lo que ocurría, me dijo:

-El Perú es una porquería.

Confieso que ese fue el momento que más me dolió de todo ese absurdo incidente.   Yo quería decirle: “No, no es así.   Puede haber gente estúpida, pero no todos en el Perú son como ellos”… Y al mismo tiempo me decía: “¿Acaso en otro país podría suceder algo tan ridículo?”

Creo que todos los que queremos al Perú también a veces hemos sentido que nos desalienta.    Pienso que a eso se debe tanta insistencia en los días previos a las Fiestas Patrias para buscar motivos de enorgullecernos por ser peruanos.   Se hace necesario recurrir al caballo de paso, el pisco sour o los monumentos arqueológicos, como compensación frente a los momentos más difíciles que pueden existir en la vida cotidiana.

Recuerdo un video muy ingenioso donde alguien preparaba su equipaje, mientras se escuchaba una voz femenina:

-Mira, Perú, eres lindo, hemos pasado momentos excelentes juntos, pero tienes problemas que nunca has podido corregir.  ¡Siempre prometes que vas a cambiar y yo te he creído, pero luego sigues en lo mismo!  Yo no puedo esperar toda la vida que madures, Perú, porque sé no vas a madurar.

Aparecía luego la Embajada de Estados Unidos y la voz continuaba:

-¡Sí, pues, hay otro!  ¡Me voy con él!  Y no es porque tenga más dinero que tú, sino porque me ofrece seguridad, estabilidad, algo que tú nunca podrías darme.    ¡Ya, Perú, no llores!  ¡Eres tan sentimental!  ¡Todo lo haces más difícil!

A mí, personalmente, del Perú me molesta la ineptitud y la frivolidad de tantos políticos y medios de comunicación, pero más aún la ostentación, el racismo y los abusos hacia los más débiles.  Me duele comprobar que éstos siempre tienen los mismos rasgos físicos: sean las personas que he visto golpeadas en comisarías, las víctimas de las violaciones a los derechos humanos durante los ochenta,  las mujeres esterilizadas contra su voluntad en los noventa, o quienes estos días padecen el crudo invierno en la sierra.  Y también me duele la indiferencia de quienes, seguros que “no hacen mal a nadie” ni siquiera se sienten tocados por el sufrimiento de sus compatriotas.

La sola idea de vivir fuera del Perú me parece totalmente ajena, pero alguna vez también entré en crisis.  Sucedió en el 2001,  después que centenares de personas murieron calcinadas en el incendio de Mesa Redonda…   Cuando tres días después, la mayoría de mis compatriotas celebraban el Año Nuevo, como si nada hubiera pasado, empleando cohetes y fuegos artificiales, yo me decía “¿Quieres de verdad vivir en este país de locos?”.

Parece difícil querer a un país así y, sin embargo, creo que el verdadero afecto no está en lo que uno ha recibido, sino en lo que uno desea dar.

Querer al Perú no se demuestra desfilando marcialmente,  usando una escarapela o colocando una bandera en el automóvil.   Esos son rituales externos, que son vacíos si quien los ejecuta no busca una sociedad mejor.  Pese a que lo he hecho muchas veces, no creo que querer al Perú sea mostrar a los extranjeros qué buena es la comida peruana o dejarlos embelesados con la belleza de Lima colonial.   Querer al Perú implica compromiso, fe y esperanza que las cosas pueden cambiar y mejorar.

Precisamente, un ejemplo de ello ocurrió semanas después que mi polo antirracista generó tan violenta reacción en la heladería, cuando el administrador y el asesor legal de Larcomar se disculparon y me invitaron a capacitar al personal de limpieza y seguridad sobre racismo y discriminación.

En cuanto a Laritza, mantengo mi entusiasmo y sigo llevando gente.  La última vez, me dirigía al local de Comandante Espinar y en el camino tuve un pequeño accidente por culpa de un ciclista distraído, pero una vez que llegué me atendieron como en la mejor clínica, solo que sin cobrarme nada.

Celebremos estas Fiestas Patrias no solamente con banderas, himnos, valses y picarones, sino como un alto en el camino hacia un futuro mejor para todos los habitantes de estas tierras.


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Reflexiones Peruanas

Sobre el país en que vivimos y queremos vivir