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atentado senderista contra la tumba del general velasco

Sobre Hornos y Mausoleos

Publicado: 2016-10-04


29 años tenía en 1991 Paul Poblet Lind, alcalde de Pachacamac, y se preocupaba, como pocos alcaldes entonces y ahora, por lograr que su distrito tuviera un plan de desarrollo ecológico. Tomaba en cuenta para ello los diferentes ecosistemas, como las lomas costeras, las áreas desérticas y las zonas agrícolas en la cuenca del río Lurín.

El 23 de mayo de ese año sus sueños ambientalistas quedaron truncos, porque fue atacado por un grupo de senderistas, quienes luego de ametrallarlo, dinamitaron su cadáver, frente a su esposa y sus hijos.

La razón de este horrible crimen fue en realidad un error: los asesinos creían que la Municipalidad había dispuesto que se pintara de verde las tumbas de varios senderistas que se encontraban en el cementerio de Pachacamac. En realidad, las habían pintado los militares.

En Pachacamac llevan el nombre de Poblet una avenida, un coliseo, un parque metropolitano y una asociación de mototaxistas, pero muy pocos lo recuerdan en el resto de Lima o del Perú. Este año se cumplieron 25 años de su muerte sin que hubiera mayores homenajes. Lo terrible es que eso buscaban los senderistas al dinamitar su cadáver, hacerlo desaparecer completamente, y en parte se ha logrado por la indiferencia de muchos peruanos.

Desde el inicio de sus acciones violentas, los senderistas buscaban dinamitar restos humanos. Intentaron hacerlo con Velasco cuando atacaron su tumba. Lo hicieron con María Elena Moyano, al año siguiente del asesinato de Poblet. Sin embargo, la práctica de destruir totalmente a las víctimas también estaba presente a veces en las Fuerzas Armadas: en 1993 el profesor Justiniano Najarro y los estudiantes Kenneth Anzualdo y Martín Roca fueron incinerados en los hornos del Pentagonito, como ha confirmado la sentencia del Poder Judicial de la semana pasada.

Como se sabe, la condena a Montesinos, Nicolás Hermoza y los demás responsables, no ha generado mayor impacto en la opinión pública. Los congresistas fujimoristas que tenían tan buena relación con los sentenciados han guardado silencio y el nuevo Defensor del Pueblo tampoco ha hecho mayor mención sobre la existencia de hornos para incinerar seres humanos en San Borja. En realidad, pareciera que a muchas personas no les importa, como tampoco les preocupa saber sobre los hornos donde centenares de detenidos fueron cremados en el cuartel Los Cabitos de Ayacucho, durante el gobierno de Belaúnde.

Llama la atención que los hornos para incinerar personas hayan funcionado bajo dos gobernantes, Fernando Belaúnde y Alberto Fujimori, respecto a los cuales sus partidarios mantienen un respaldo incondicional, pese a todo los crímenes que se cometieron durante sus gobiernos.

Ahora bien, no puedo dejar de pensar en todo esto cuando escucho a algunas personas insistir en que debe ser dinamitado el mausoleo para senderistas existente en el cementerio de Comas con los restos humanos que allí se encuentran.

En todos estos casos, la destrucción de los cadáveres es como si se quisiera negar totalmente la existencia de otras personas, tanto vivas como muertas. Se produce así la fantasía de exterminio de la que habla mucho Jorge Bruce: algunos peruanos quisieran que muchos de sus compatriotas desaparecieran por completo. Los motivos pueden parecer opuestos: porque son pitucos, porque son pobres, porque son sucios, porque son cholos, porque son blancos, porque son delincuentes, porque son diferentes a mí o porque se parecen a lo que odio de mí. Ese deseo de aniquilamiento estaba detrás de los asesinatos senderistas, de las desapariciones, pero también de las esterilizaciones forzadas, que todavía son respaldadas por muchas personas. En este caso es como si se pensara: “Esa gente es detestable, causa atraso al país, nunca va a cambiar y hay que evitar que nazcan más”.

Existe también una fantasía de exterminio sin hornos ni dinamita, que muchos peruanos han naturalizado: la publicidad, que intencionalmente desaparece a las grandes mayorías de la sociedad para mostrar un país feliz, donde los cholos ya no existen.

En el caso del mausoleo, creo que debe prohibirse todo tipo de homenajes a senderistas, tanto en un cementerio como en cualquier otro lugar. Sin embargo, debo confesar que lo que más me chocó fue que hizo evidente que los demás peruanos no sabemos rendir homenaje a personas como Paul Poblet y tantos otros que como él fueron ejemplos de heroísmo, abnegación y compromiso que hubo en esos años. Estoy convencido de que Sendero Luminoso fracasó por la oposición de muchas personas valientes. Dirigentes sindicales, autoridades de todas las tendencias políticas, líderes comunales, podían haber renunciado y salvar sus vidas, pero prefirieron permanecer al lado de su pueblo, aunque ello implicase ser asesinados.

Si los peruanos los recordáramos todos los días, seguramente tendríamos mejor imagen de nosotros mismos.


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Reflexiones Peruanas

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