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Silvana Buscaglia o la Bipolaridad Afectiva

Publicado: 2015-12-21


-Por este comportamiento violento contra la policía, la sanción es de 8 a 12 años de prisión. Esperemos que se aplique la ley contra quienes han faltado el respeto a la autoridad.

Así hablaban en octubre del 2011 los conductores de los noticieros sobre Heinz Lundstrom y Alejandra Umeres, dos jóvenes que habían golpeado a varios policías en una comisaría de La Molina. Sin embargo, aunque los hechos habían sido filmados y ampliamente difundidos, Lundstrom y Umeres no recibieron ninguna sanción e inclusive denunciaron a los policías, como una forma de amedrentamiento y lograron que fueran procesados.

Recordé este lamentable episodio cuando vi las escenas en que Silvana Buscaglio Zapler insulta al policía Elías Quispe, le arrebata el casco, le da una bofetada, causándole una hemorragia y luego arranca su vehículo teniendo enfrente a varios efectivos. A diferencia de Lundstrom y Umeres, ella no estaba ebria, pero sí convencida de que se encontraba ante seres inferiores, a quienes podía humillar impunemente.

¿Por qué una madre de familia (muy cariñosa según sus allegados), profesora de tai chi en el Parque Reducto, y bombera voluntaria reaccionaba con tanta violencia? Porque en algunas personas de la clase alta limeña existe un fenómeno de bipolaridad afectiva: pueden ser cariñosas y sensibles con quienes consideran “sus iguales”, pero déspotas y crueles con quienes consideran “inferiores”.

Para estas personas, el Perú debería seguir siendo una sociedad estamental donde “cada uno sabe su lugar”. Un policía o un vigilante, por ejemplo, debe ser con ellos sumiso y servil. No son pocos los que tienen esta mentalidad: en San Isidro, varios vecinos vienen reclamando airadamente por la presencia de “gente que no es del distrito” en el Olivar y otros parques. “Se está volviendo esto un Parque Zonal” reclaman.

Ahora bien, la bipolaridad afectiva va más allá de la clase alta. A muchos voluntarios extranjeros les choca que en las ONGs, los mismos colegas que son tan cordiales con ellos, sean tan distantes y prepotentes con los choferes o el personal de limpieza.

En el caso de Silvana Buscaglia, se hizo evidente que ella pertenece a un círculo social donde un policía es como un sirviente. Al conocer el incidente, sus amigas dijeron que el policía era un “resentido social” o un “acomplejado”. El mismo día de la audiencia, lejos de pedirle disculpas, los familiares de Buscaglia lo insultaron, lo amenazaron y su hijo inclusive declaró que se “iba a morir en el infierno”. Parecía que no podía comprender que su madre era una delincuente.

Explicado todo esto, debo reconocer que la sanción de seis años y ocho meses de prisión impuesta a Buscaglia me ha generado sentimientos encontrados. Sinceramente, a mí no me causa ninguna satisfacción que una persona vaya a prisión, por todo el impacto que causa para ella y su familia. Sin embargo, me parece que la sociedad debe poner un límite frente a tantas expresiones de racismo, altivez y prepotencia.

Varias personas han considerado que se trata de una sentencia “desproporcionada”, pero no es así. Se le impuso una pena menor a lo establecido por el artículo 367 del Código Penal por violencia contra un efectivo policial y, además, no se tomó en cuenta que, según el artículo 46, 2.d del Código Penal, constituye una circunstancia agravante en cualquier delito si se comete con un móvil discriminatorio. Este móvil está para mí fuera de discusión: todo el comportamiento de Buscaglia tuvo un carácter racista y clasista, haciendo visible que consideraba a Elías Quispe un ser inferior. Por eso eran las alusiones a que él no había terminado el colegio o que no sabía escribir. Por eso le arrebató el casco, signo de su autoridad.

Como hemos señalado en múltiples RP, el racismo es un mecanismo para bloquear al adversario al humillarlo con crueldad. No siempre el racismo es explícito: bastan miradas, gestos como una sonrisa despectiva o simplemente el tuteo en una situación que no amerita familiaridad para pretender “poner en su sitio” al otro, generándole inestabilidad e inseguridad.

Entiendo el desconcierto de las familias Buscaglia y Zapler, pero deberían cambiar de actitud y comenzar pidiendo perdón al policía agredido por la profesora y por ellos mismos. Deberían comprender que este país ya no es una chacra donde el mandón puede todo y que la opinión pública está cada vez más sensible frente a estos hechos.

El año pasado, cuando di varias charlas sobre discriminación a los serenos de la Municipalidad de Miraflores, me impactaron mucho los testimonios sobre cómo son insultados, humillados o inclusive golpeados por los vecinos que han cometido alguna falta. Los serenos se sentían totalmente desprotegidos frente a tanta prepotencia. Esperemos que, después de lo ocurrido con Silvana Buscaglia, los vecinos racistas lo piensen dos veces antes de faltarles el respeto.  


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Reflexiones Peruanas

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